Lo he analizado,
me he observado y lo tengo claro. Estas últimas semanas vivo un desajuste
emocional con el que no contaba.
Por motivos que no vienen al caso, en el trabajo hace un mes que he tenido que cambiar de horario.
Es cuestión de unas semanas, (espero) pero ahora estoy haciendo horario partido
(normalmente me pongo a las seis y media y salgo a mediodía). Cuando me lo
dijeron lo primero que hizo mi cerebro fue empezar a cuadrar los círculos de
los horarios de las niñas. Quien podría ir a buscarlas a la escuela, como nos
organizaríamos y con quién estarían cada día. Lo segundo que pensé es que
podría hacer algo que no puedo hacer nunca: despertarlas y llevarlas a la
escuela (así, de paso, no será necesario que piense la ropa que deben ponerse
el día antes, lo decidiremos las tres por la mañana, y sin broncas, espero). Lo
tercero, que cuando llegue a casa, ellas ya casi se van a la cama. Bendita conciliación.
Y aunque
durante el día no tengo ni casi tiempo de pensar, sí noto que no estoy bien. Y
no es únicamente el cansancio físico y mental. Cuando llego a casa necesito que
me expliquen intensamente que han hecho durante el día. De golpe me encuentro
el pasado martes pidiéndole a mi marido que me mande una foto de las niñas por
Whatsapp , para ver a qué están jugando . Llamo a mi madre para ver si ya han
llegado bien y si ya están merendando y me enfado porque no quieren ponerse al
teléfono para decirme hola.
Ya sé lo que
me pasa. Es tan sencillo... Las echo de menos. Las necesito. Quizás me ha
sorprendido a mí misma y no lo he identificado a la primera, porque no pensaba
que me afectara tanto. Pero es que realmente las echo de menos. Y me siento mal.
No me basta con 15 minutos por la noche (aunque más de un día me han recibido
con llantos y peleándose que hubiera reaccionado dando marcha atrás). Echo de
menos contar cuentos, cantar, pintar y dibujar, hacer pulseras o (que triste),
planchar mientras las escucho reír inventando diez mil historias. Echo de menos
ser la espectadora de excepción de sus obras de teatro y ser la mediadora que
pone paz cada dos por tres. Su cómplice para convertir el comedor en una autocaravana
y después apresurarnos a recoger.
¿Y sabéis qué
es lo peor de todo? Que ayer me dijeron que, ellas, también me echan de menos.