El artículo de hoy lo
escribo porque esta tarde he pasado tres cuartos de hora con el corazón
encogido. Sólo han sido 40 minutos... qué digo, no llega ni a 40 minutos... con
el corazón doliéndome. No hay nada peor que ver como uno de tus hijos lo pasa
mal, y llora. Y eso es lo que me ha pasado esta tarde.
Era el último día del
curso de natación. A Ona siempre le ha costado un poquito, y tiene más miedo a
lanzarse al agua, o a nadar sin ayuda de ningún apoyo. Los días que yo no voy,
no protesta demasiado y como ya lo había hablado con el monitor, avanza a su
ritmo. Hace ejercicios contenta y pasito a pasito, va aprendiendo. Además, es
una niña a la que le gusta tener personas cuidadoras como referentes claros. Y
que no cambien demasiado. Pues justo hoy que era el último día, su monitor
estaba enfermo. Y hoy que era el último día, los padres podíamos entrar a ver
como hacían la clase. Y sólo con verla entrar en la piscina, ya he sabido que
lo pasaría mal. Cuando iba viendo los ejercicios que hacían los otros niños y
que a ella le dan miedo, se ha puesto a llorar. Se ha quedado sentada junto a
la piscina, con la cara roja y triste. Yo la miraba, como estaba allí, deseando
estar en otro lugar. Supongo que el monitor nuevo ya estaba sobre aviso, porque
la ha bajado hasta la piscina y la ha ayudado en algunos ejercicios. Pero aún
así también he visto como una vez ya estaba dentro del agua y se sentía segura,
los hacía y volvía a ponerse en la fila para hacer el siguiente, aunque en
algún momento se ha puesto detrás de un compañero para ver si el monitor no la
veía.
La hemos felicitada
especialmente por los ejercicios que ha hecho y por este esfuerzo. Porqué
aunque algunas cosas le daban un poco de miedo, y estaba asustada, después se
ha visto capaz de hacerlo y ha salido adelante. Después me ha explicado que no
conocía el monitor y que el suyo tenía fiebre. Y que ella quería su monitor. Le
he dicho que me había gustado mucho ver cómo hacía los ejercicios, porque así
podríamos hacer prácticas este verano en la piscina y en la playa. Me ha
contestado con un "sí" entusiasta. He respirado. He respirado como no
lo había podido hacer en esos 40 minutos (¡qué digo 40!), donde mi primera
reacción hubiera sido ir a buscarla y abrazarla. Es duro, es un aprendizaje. A
nuestro juicio, muy importante, una cuestión de seguridad. Como mínimo que
puedan aguantarse en el agua. El año que viene volverá para poder consolidar
estos aspectos, como mínimo. Y si acaso, el perfeccionamiento, ya lo dejaríamos
para más adelante.
Y un apunte para
aquellos que, empeñados, siempre dicen que las gemelas son iguales. Su hermana,
Estel, disfruta de lo lindo en natación. Salta sin miedo, se hunde, nada un par
de metros y ya mueve los brazos con toda la intención de desplazarse. Se pone de
espalda, al revés y tiene una decisión y una valentía por la cual también la
hemos felicitada. Su monitor nos asegura que sus ganas de aprender y el
esfuerzo que ha hecho han permitido que hiciera un progreso impresionante.
Y por otro lado, lo que
más ha fascinado a algunos de los padres, es que en el primer momento que ha
visto llorar a su hermana (están en grupos diferentes), la ha llamado: "Ona,
no llores. No pasa nada. No tengas miedo. Agárrate fuerte al churro y patalea" y la ha saludado
con la mano. Ha tenido tiempo para todo: para nadar, ponerse a tiro y posando para que la
fotografiara y ayudar a su hermana.
Hoy, hemos vuelto de
natación con dos campeonas.
Artículos relacionados
Y yo planteandome si llevarlos este verano a natación...creo que voy a esperar a septiembre para que sean un poco mas mayorcitos porque tampoco los veo metiendose solitos al agua.
ResponderEliminar¡Me ha encantado la reacción de su hermana animandola en cuanto la vió llorar! Son geniales.
Abrazos
Tómatelo con calma...no vale la pena estresarse con que lo aprendan todo súper rápido.
EliminarSí, todo el mundo estaba encantado con su hermana animándola... pero anda que la tía tb tuvo tiempo de "posar" para las fotos... vaya bicho...